MEDITERRÁNEO SUR (publicado en el blog de Xabier Zabaleta el jueves 19 de mayo de 2011)

No ha sido (solo) pereza; lo prometo. Ha sido desconcierto.

Empiezo por justificar el largo silencio en este blog: quería escribir acerca de lo que venía sucediendo en el Norte de África y Oriente Próximo, la mayor transformación social por lo menos desde la caída del Muro de Berlín y, tal vez, desde un tiempo más lejano.

Quería dejar aquí mis reflexiones, algunas, y sobre todo mis dudas; casi todas. Pero el desarrollo de los acontecimientos me desbordaba y cada día añadía más preguntas a un saco ya lleno de ellas.

La revolución social en esa amplia zona al sur del Mediterráneo y el sorprendente episodio de la muerte en Pakistán de Bin Laden han pasado ya a un aparente segundo plano informativo aunque las situaciones apenas han variado en relación con las que se vivían en los primeros meses de este 2011.

Bueno, está Lampedusa como recordatorio de lo que hay en la otra orilla y, sobre todo, como aldabonazo de una conciencia europea que parece naufragar también en este ámbito: el de los derechos humanos.

La incertidumbre ahora no es solo económica, que si euro, que si rescate de los países periféricos; son más importantes y afectan a la actitud de nuestra sociedad, su miedo ante el diferente. Llamémosle xenofobia aunque sea racismo. Pero Europa ha temblado ante unas decenas de miles de norteafricanos; la misma Europa que absorbió sin pestañear más de medio millón de desplazados por las guerras de la ex Yugoslavia.

Bueno, que me pierdo. Y aunque estos días nos atraiga informativamente mucho más la lamentable peripecia sexual de DSK en Nueva York. Ahí nos queda Lampedusa como recordatorio.

Decía que las sucesivas situaciones me rebasaban y que cada vez eran muchas más las preguntas que las certezas. A estas alturas del mes de mayo, lo sucedido primero en Egipto y luego en Túnez son historias a las que solo cabe desearles un final muy feliz. Pero me atasqué en Libia, en la guerra declarada por mandato del Consejo de Seguridad de la ONU.

¿Es una guerra justa? ¿hay alguna guerra que lo sea? Siempre me ha repugnado Gadafi, tanto o más que sus valedores europeos Aznar y Berlusconi. Y me duele su resistencia, que es solo sufrimiento añadido para el pueblo libio. Pero la guerra…

Me descoloca escuchar un paralelismo que se repite: “hay que ayudar a Libia como se ayudó en la guerra de España”. Y pregunto: ¿se refieren a la que Alemania prestó a los sublevados contra el régimen constitucional, o es otra ayuda?

Metidos en el terreno de las dudas de carácter más o menos moral: ¿es defendible la posición de los EE.UU. que envían un comando a ajusticiar en su casa a su enemigo público número uno? ¿Puede la muerte de Bin Laden considerarse un acto de justicia o se trata, llanamente, de una acción de venganza?

[Hace tiempo dejé escrito en este blog que si la sociedad estadounidense dejaba a Obama gobernar como negro no le permitiría hacerlo como progresista]

La desaparición de Bin Laden y su relación con cuanto venía sucediendo en el Oriente Próximo multiplicó exponencialmente mis dudas: esa muerte, ¿alienta las revueltas populares o las frena? ¿democratiza los movimientos de protesta o los radicaliza?

Los analistas expertos en la zona venían dando como perdida la batalla ideológica para Al Qaeda y cuanto representaba. Si esto resulta ciertamente así, se reafirmaría la creencia de que estamos ante una revolución democrática. Una creencia que me gustaría compartir con más fe que con la que lo hago. Sin tener que preguntarme, por ejemplo, como tantas veces: ¿qué papel ocupa la mujer en estos procesos, qué función se le ha reservado?

La memoria histórica me lleva inevitablemente a Irán. A la revolución que a finales de los setenta se llevó por delante al Sha, de la que todos esperábamos un resultado bien diferente hasta que el fundamentalismo se puso a la cabeza de los movimientos con el resultado que conocemos.

Por cierto, ¿podría ser Irán el siguiente, o uno de los siguientes en la ola democratizadora del Oriente Próximo? Le veo tan pocas posibilidades como que el próximo vaya a ser Arabia Saudí, tan necesitado como Irán de una regeneración democrática por llamarlo con un eufemismo.

Decía lo sucedido en Irán y ese es mi temor: que pudiera pasar algo similar en Egipto, en Túnez, en Libia, en Siria… Irán no es ya, obviamente, una referencia. Esta se sitúa hoy en Turquía, aparentemente el modelo a seguir, ejemplo que no resulta de fácil comprensión para buena parte de los europeos, entre los que me incluyo.

Pero, en fin, de lo que viene ocurriendo en esos países me importa, sobre todo, que los procesos democráticos sean tales y se consoliden. Pero me importa también la mirada con la que los europeos observamos cuanto sucede; las enseñanzas que extraemos.

Creo que hemos aprendido, por ejemplo, que no es imprescindible una dictadura para frenar el fundamentalismo musulmán, para garantizar el suministro de hidrocarburos, para controlar la inmigración. Nos hemos dado cuenta de que haciéndonos creer lo contrario, los dictadores tenían comprada a Europa.

El encarecimiento del petróleo es una consecuencia indeseable, como lo es la oleada de inmigración. Pero hay que apostar con convicción y generosidad. ¡Cómo me gustaría que Europa y los europeos estuviéramos a la altura!

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